El 8 de marzo tenemos un motivo de celebración de los derechos conquistados por las mujeres, pero también de reconocimiento de las persistentes desigualdades de género.
Globalmente, las estadísticas revelan desigualdades alarmantes. Según la ONU, el 70% de las personas que viven en pobreza extrema son mujeres y niñas. Además, las mujeres realizan tres veces más trabajo no remunerado que los hombres, un desequilibrio que impacta en su bienestar económico y social; son más propensas a experimentar pobreza en la vejez debido a brechas salariales de por vida y periodos de empleo interrumpidos.
Su participación política también sigue siendo limitada, su representación en los parlamentos nacionales rara vez supera el 25%. Esta subrepresentación impide que las perspectivas y experiencias de las mujeres se reflejen plenamente en las políticas públicas.
En un mundo donde las mujeres aún sufren desde matrimonios forzados hasta mutilaciones genitales, son las víctimas mayoritarias de los delitos de trata de personas y explotación sexual, el 8 de marzo adquiere gran relevancia. Según estimaciones del Foro Económico Mundial en 2022, serían necesarios 132 años para erradicar esta lacra; y es que el género es una causa de desigualdad que, combinado con situaciones de exclusión, genera mayores índices de discriminación.
En nuestro país, a pesar de avances legislativos y sociales significativos, como la creciente participación de las mujeres en el trabajo, la política, la educación superior y mejoras en la atención sanitaria, persisten desequilibrios notorios, especialmente entre mujeres en situaciones de pobreza.
En Cáritas, identificamos 4 hábitats en los que la vulnerabilidad tiene rostro femenino:
– En la trata de personas con fines de explotación sexual y la prostitución: una realidad cruenta de exclusión y de violación de derechos humanos, una forma extrema de violencia contra la mujer que la sociedad aún no se cuestiona lo suficiente, estigmatizándolas a ellas y no a los hombres que la consumen. El padecimiento de estas situaciones supone una ruptura tremenda en los proyectos vitales de las víctimas y acarrea grandes y graves dificultades de superación que se extiende a todas las áreas de su vida y posiblemente condicionarán su futuro.
– Las mujeres que son o han sido víctimas de maltrato por sus parejas o exparejas, han vivido experiencias de violencia traumáticas que han desestructurado sus vidas a todos los niveles: en su autoestima, en sus relaciones sociales, con pérdida de autonomía, con daños psicológicos e importantes dificultades de adaptación vital. Nuevamente el maltrato visibiliza la desigualdad entre hombres y mujeres ya que son ellas las que lo padecen por el hecho de serlo, en un ataque a sus derechos que además todavía encuentra algunas justificaciones sociales.
– Las mujeres que viven la maternidad y la crianza de sus hijos en soledad se enfrentan a retos insalvables en cuanto al sostenimiento económico de sus hogares, la soledad ante decisiones y responsabilidades, con un sistema laboral que no permite la conciliación familiar, y habitualmente sin redes de apoyo social.
– Las mujeres migrantes solas, que emigran buscando mejorar su vida y la de su familia, se enfrentan a duelos migratorios, dejando atrás su cultura y a sus hijos a cargo de terceras personas. En el país de destino se encuentran con desarraigo, soledad, falta de oportunidades y, frecuentemente, a la explotación laboral, xenofobia, estigmatización y explotación sexual.
En Cáritas, estas realidades llevan nombre y apellidos, son historias de vida que nos muestran las estructuras de desigualdad aún vigentes. La resiliencia y sufrimiento de estas mujeres nos motivan a trabajar en la defensa de sus derechos humanos, en una lucha por dignidad y justicia. El Papa Francisco en la V Jornada Mundial de los Pobres, señaló en su mensaje cómo “ante los sucesos cotidianos de violencia contra las mujeres, no se puede dejar de condenar esta barbarie que hace del mundo de las mujeres un escenario de auténtica pobreza”. La Iglesia debe sentirse conmovida, indignada y generar acciones transformadoras que sitúen siempre en el centro de todo la dignidad y los derechos de cada persona.
Creemos firmemente que la educación y atención a niñas, niños y jóvenes es clave para superar las desigualdades de género. Una educación en igualdad es vital para eliminar la transmisión intergeneracional de estas desigualdades, pavimentando el camino hacia una sociedad más justa y equitativa. Al abordar estas desigualdades desde múltiples frentes – políticos, económicos, sociales y culturales – podremos garantizar un futuro donde la igualdad de género sea una realidad vivida por todas y todos, y no sólo un ideal.