Poema «Alabanza de las piedras» de Miguel Ángel Vázquez
Resuena el eco en el agua,
en las plantas,
en las cumbres de las montañas,
un susurro que se derrama
por troncos de árboles,
gotea hasta las raíces,
rompe surcos de luz y barro
en la tierra mojada.
Es la Vida que redactó las profecías
con caligrafía de viento.
Es el tiempo mismo de la profecía.
Es el amor.
Recorre la Tierra un rumor
de fuego,
una liturgia de valle nevado,
el estruendo mudo del mar
dejando su huella en la hierba.
Ya llega.
Es la hora.
Es esta hora.
Un pájaro levanta el vuelo
entre las hojas secas del otoño,
se eleva,
deja atrás el frío, el hielo.
Deja atrás la rama.
El estruendo, el susurro,
el rumor, el eco,
llega en ondas a través del suelo,
hace temblar las piedras.
Las piedras chocan.
Las piedras pueden cantar.
Las piedras bailan y se mueven,
lo mueven todo.
Son cientos, miles, son una muchedumbre
de piedras
chocando y rebotando
alrededor del mundo.
Ya nada se puede parar.
Es la hora.
Es esta hora.
Está en el aire, está en las
distancias y los alientos,
es el cosmos de nuestra parte,
es el Sol, es la Luna.
Una fuerza liberadora
que nos convoca.
Es la liberación.
Es la liberación.
Las paredes gritan buenas noticias,
destilan fraternidad
como un canto revolucionario
entonado al unísono por los
engendrados
de un útero en forma de cruz.
Son los empobrecidos, que se levantan,
son los olvidados, que recuperan su voz,
los que nunca nadie nada
dispuestos a protagonizar
la Historia.
Amanece.
No hay vuelta atrás.
Es el cambio que viene
y no hay mayor denuncia
que comunicar la esperanza.
Es la hora.
Es esta hora.
Una constelación de descalzos
marca el sendero:
son los hijos del hambre
que creyeron en la promesa.
Ha llegado el tiempo de la liberación.
El tiempo de todas las profecías.
Jamás la luz se vistió de negro.
Jamás hubo camino sin indignación.
No hay mayor enemigo del amor
que el miedo.
No existe mayor subversión
que el amor.